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Comer menos carne: para científicos es una recomendación incorrecta

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Hace años que los funcionarios estadounidenses de salud pública aconsejan limitar el consumo de carne roja y de carnes procesadas ante la sospecha de que esos alimentos están vinculados con enfermedades cardiovasculares, cáncer y otros males.

Pero días atrás, en un giro totalmente inesperado, un grupo internacional de investigadores presentó una serie de análisis que demuestran que esa recomendación, un pilar de casi todas las pautas nutricionales, no está respaldada por las evidencias científicas adecuadas.

Los investigadores concluyeron que si consumir menos carne vacuna y de cerdo tiene beneficios para la salud, son más bien reducidos. De hecho, los científicos dicen que las ventajas son tan pequeñas que solo pueden distinguirse en observaciones de poblaciones grandes y no son suficientes para recomendarles a los individuos cambiar sus hábitos de consumo de carne.

“El nivel de evidencias de reducción de los riesgos para la salud era de bajo a muy bajo”, dice Bradley Johnston, epidemiólogo de la Universidad Dalhousie de Canadá y líder del grupo que publicó las nuevas investigaciones en la revista Annals of Internal Medicine.

Los nuevos análisis se encuentran entre las evaluaciones más extensas realizadas hasta la fecha y podrían influir en las recomendaciones nutricionales futuras. También plantean preguntas incómodas sobre las recomendaciones dietéticas en la investigación nutricional, y sobre el tipo de estándares que suelen utilizar los estudios.

Los análisis ya recibieron feroces críticas de los investigadores de salud pública. La Asociación Estadounidense del Corazón, la Sociedad Estadounidense contra el Cáncer, la Escuela de Salud Pública de Harvard T.H. Chan y otros grupos fustigaron las conclusiones y a la revista que los publicó.

Algunos pidieron que los editores de la revista aplazaran la publicación en su conjunto. En un comunicado, los científicos de Harvard advirtieron que las conclusiones “dañan la credibilidad de la ciencia de la nutrición y deterioran la confianza de la opinión pública en la investigación científica”.

El Comité de Físicos por una Medicina Responsable, un grupo que defiende una dieta basada en plantas, presentó una petición contra la revista ante la Comisión Federal de Comercio. Frank Sacks, expresidente del comité de nutrición de la Asociación Estadounidense del Corazón, calificó la investigación de “extremadamente defectuosa”.

Confusión. Aunque es probable que las nuevas conclusiones caigan bien entre quienes proponen las populares dietas ricas en proteínas, sin duda favorecen la confusión respecto a un conjunto de recomendaciones dietéticas que parecen cambiar casi todos los años. Las conclusiones son un nuevo capítulo de la serie de idas y vueltas en torno a la sal, las grasas, los carbohidratos y demás.

La perspectiva de un apetito renovado por la carne roja también va en contra de otras dos tendencias importantes: la creciente toma de conciencia de la degradación medioambiental causada por la producción vacuna y la preocupación de larga data sobre el bienestar de los animales empleados en la ganadería industrial.

La carne vacuna en particular no es un alimento más: es un símbolo preciado de la prosperidad de la segunda posguerra y ocupa un lugar central en la dieta norteamericana. Pero el aumento de las inquietudes por sus efectos sobre la salud hizo que el consumo de carne vacuna cayera ininterrumpidamente desde mediados de la década de 1970, reemplazada principalmente por la carne de aves.

“La carne roja solía ser un símbolo de alto rango social, pero eso está cambiando”, dice Frank Hu, jefe del departamento de nutrición de la Escuela de Salud Pública de Harvard T.H. Chan, en Boston. Hu señala que cuantos más años de estudios tienen los estadounidenses, menos carne consumen.

Pero según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, el estadounidense promedio come alrededor de 4,5 porciones de carne por semana, y el 10% de la población come al menos dos porciones por día.

Los nuevos informes se basan en tres años de trabajo de un grupo de 14 investigadores en siete países, junto con tres representantes de la comunidad, dirigidos por Johnston. Los investigadores informaron que no hubo conflicto de intereses y que realizaron los estudios sin financiamiento externo.

En tres revisiones, el grupo analizó estudios que investigaban si el consumo de carne roja o carnes procesadas afectaba el riesgo de enfermedades cardiovasculares o cáncer.

Para evaluar las causas de las muertes, el grupo revisó 61 artículos con información de 55 poblaciones y más de 4 millones de participantes. Los investigadores también observaron ensayos aleatorizados que vinculaban la carne roja con cáncer y enfermedades cardiovasculares (hay muy pocos), así como 73 artículos que examinaban los vínculos entre la carne roja y la incidencia de cáncer y mortalidad.

En cada estudio, los científicos concluyeron que los vínculos entre el consumo de carne roja y enfermedades y muerte eran menores, y que la calidad de las evidencias era de baja a muy baja.

Eso no quiere decir que esos vínculos no existan. Pero se encuentran principalmente en estudios que observan grupos de personas, una forma de evidencia débil. Y hasta en esos casos, el equipo determinó que los efectos sobre la salud del consumo de carne roja solo se detectan en los grupos más grandes, así que un individuo no puede concluir que él o ella estará mejor sin comer carne.

En el cuarto estudio se indagaba si efectivamente la gente estaba interesada en comer menos carne para mejorar su salud. Si a los norteamericanos los motivaran riesgos para la salud, por más modestos que sean, entonces valdría la pena seguir recomendándoles comer menos carne roja.

¿Y qué decía la conclusión? Afirmaba que la evidencia de eso también era débil, pero los investigadores concluyeron que “los omnívoros tienen un cierto apego a la carne y no están dispuestos a cambiar ese comportamiento por más que enfrenten consecuencias posiblemente no deseadas”.

En su conjunto, los análisis plantean interrogantes sobre las pautas dietéticas de larga data que instan a la gente a comer menos carne roja.

Evidencias. “Las pautas se basan en artículos científicos que presuntamente afirman que hay evidencia de lo que dicen, pero no la hay”, dice Dennis Bier, director del Centro de Investigación de Nutrición Infantil de la Escuela de Medicina de Baylor, en Houston, y exeditor del American Journal of Clinical Nutrition.

David Allison, decano de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Indiana Bloomington, subraya “la diferencia entre una decisión de actuar y una conclusión científica”.

Una cosa es que un individuo crea que comer menos carne roja o carne procesada mejorará su salud. “Pero si quieren decir que la evidencia demuestra que comer carne roja o alimentos procesados tiene determinados efectos, eso ya es más objetivo”, señaló Allison, y agregó que “la evidencia no lo respalda”.

Allison recibió financiamiento para la investigación de la Asociación Nacional de Ganaderos de Estados Unidos, un grupo de presión de productores de carne.

Los nuevos estudios generaron una ola de indignación de investigadores en nutrición que desde hace mucho tiempo dicen que la carne roja y las carnes procesadas contribuyen al riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer.

“Son irresponsables y carecen de ética”, dijo Hu, de Harvard, en un comentario publicado en internet con sus colegas. Hu dijo que los estudios de la carne roja como una amenaza para la salud pueden haber sido problemáticos, pero la coherencia de las conclusiones a través de los años les otorgan credibilidad.

Hu agregó que los estudios de nutrición no deberían estar sometidos a los mismos estándares rígidos que los estudios de medicamentos experimentales.

Las evidencias de los peligros de la carne roja todavía persuaden a la Sociedad Estadounidense contra el Cáncer, dijo Marjorie McCullough, directora científica del grupo.

“Es importante reconocer que este grupo revisó las evidencias y encontró el mismo riesgo en la carne roja y procesada que otros expertos”, dijo McCullough en un comunicado. “Así que no están diciendo que la carne es menos riesgosa: están diciendo que el riesgo que todos le conceden es aceptable para los individuos.”

Investigación nutricional. En el centro del debate está la disputa por la investigación nutricional misma, y sobre si es posible determinar los efectos de un solo componente de la dieta. La regla de oro para la evidencia médica es la prueba controlada aleatorizada, en la que un grupo de participantes recibe un medicamento o dieta, y a otro le asignan una intervención diferente o un placebo.

Pero pedirle a la gente que se atenga a una dieta asignada y que la prolongue lo suficiente como para saber si afecta el riesgo de cáncer o de enfermedades cardíacas es casi imposible.

La alternativa es un estudio observacional: los investigadores le preguntan la dieta a la gente y buscan qué relación puede tener con su estado de salud. Pero puede resultar complicado saber qué come realmente la gente, y las personas que comen mucha carne son diferentes en muchos otros sentidos de aquellas que comen poco o nada.

“¿Acaso no suele suceder que los individuos que consumen hamburguesas en el almuerzo también consumen papas fritas y una Coca Cola, en lugar de un yogurt o una ensalada y una fruta?”, pregunta Alice Lichtenstein, nutricionista de la Universidad Tufts. “No creo que se pueda tomar una posición basada en las evidencias a menos que conozcamos y ajustemos alimentos de remplazo.”

Para algunos expertos, las conclusiones permiten reconsiderar cómo se hace la investigación nutricional en Estados Unidos y analizar si los resultados ayudan realmente a informar a los individuos en su toma de decisiones.

“No dirigiría más estudios observacionales”, dice John Ionnidis, un profesor de Stanford que estudia la investigación y las políticas públicas de salud. “Hay más que suficientes. Es extremadamente improbable que se nos escape alguna señal importante”, en referencia a un efecto notorio sobre la salud de cualquier cambio particular en la dieta.

A pesar de las deficiencias en la evidencia, los funcionarios de salud todavía tienen que aconsejar y ofrecer pautas, dice Meir Stampfer, también perteneciente a la Escuela de Salud Pública de Harvard T.H. Chan. Stampfer cree que los datos a favor del consumo de menos carne, si bien son imperfectos, indican que probablemente haya beneficios para la salud.

“Un consejo sería decir que hay que reducir la ingesta de carne roja. Pero entonces las personas van a preguntar qué significa eso”, dice Stampfer. Así que los funcionarios de salud sienten que tienen que sugerir un número de porciones. Y cuando lo hacen, “les da un aura de tener más precisión de la que existe”, agrega Stampfer.

Fuente: La Nación (Argentina).

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